NIÑOS PRODIGIO: PLACER O SUPLICIO
En casi 24 años de periodismo y viajes frecuentes hay muchos momentos inolvidables. Pero uno de ellos, que además vi repetido varias veces en diferentes años, estará siempre entre los que más resaltan en mi memoria: un niño sale llorando, o casi, tras perder una partida del Mundial o Europeo de su edad; su padre le echa una bronca ahí mismo, ante muchos testigos.
Más tarde he visto ejemplos similares en otros deportes. Padres que explotan a sus niños prodigio con la esperanza de que les conviertan en millonarios y famosos; o bien, simplemente, que proyectan sus propias frustraciones en sus hijos, para que estos sean lo que sus progenitores no pudieron ser. Por ejemplo, una tenista obligada a entrenar descalza bajo la nieve o la lluvia por la tiranía de su padre.
Tener un hijo superdotado es, de entrada, un privilegio, una maravillosa oportunidad de contribuir
a la educación de un ser excepcional. Pero también implica un riesgo considerable de cometer errores graves, que arruinen la vida del niño y conviertan en un suplicio la de los padres. Un problema añadido es que los colegios especializados en superdotados son escasos y muy caros, por lo que esos niños tienden a aburrirse en el colegio normal porque aprenden mucho más rápido que sus compañeros.
Eso último le pasaba a Magnus Carlsen, el nuevo genio del ajedrez. Ahora ya no, porque acude a un colegio exclusivo para grandes talentos de deporte noruego, donde se siente mucho más a gusto. Pero la gran suerte de Carlsen son sus padres, que han comprendido cuál debe de ser su papel. Sólo conozco al padre, Henrik, pero he escuchado y leído lo suficiente de ambos para concluir que Magnus está muy bien cuidado.
Magnus Carlsen
"Presionar a un niño superdotado para exprimir sus capacidades en contra de su voluntad es un error tremendo. Lo que el padre debe hacer es, básicamente, dejarle en paz y estar ahí, siempre disponible, para cuando él lo necesite". Me lo explicaba Henrik en una cafetería de Morelia (México) y yo no dejaba de pensar que ojalá todos los padres de niños prodigio tuvieran las ideas así de claras.
Leontxo García
Por supuesto, eso no es todo. El cariño, un entorno adecuado y una lógica disciplina son también imprescindibles. En ese sentido, Bobby Fischer sería precisamente el ejemplo que nadie debería seguir: dotado de un coeficiente intelectual superior al de Einstein, su infancia fue tan desastrosa que estropeó irremediablemente su vida. Como el lector podrá comprobar en el próximo número de JAQUE, Carlsen tiene todo lo que Fischer no tuvo. Eso no garantiza que vaya a ser tan buen ajedrecista como Fischer, Kárpov o Kaspárov. Pero le da muchas posibilidades de ser razonablemente feliz, con la ayuda del ajedrez.