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sábado, 19 de enero de 2013

AJEDREZ DEMENCIAL. (PAU PASCUAL)

Así lo titula Pau Pascual en su web "Libro de notas". Interesantísimo post de este señor que "corto y pego" en el blog para que podáis disfrutar de el. Desde aquí darle la enhorabuena al Sr. Pau por su trabajo. 


Ajedrez demencial

«No hay genio sin un gramo de locura» (Aristóteles)
«Ningún gran maestro de ajedrez es una persona normal. En lo único que se distinguen es en el tipo de locura» (Víktor Korchnói)
─Mami…
─¿Sí, cielo? ─responde la mujer.
El autobús avanza por la Quinta Avenida, sorteando carros y automóviles, una tarde soleada de 1911. Madre e hija, sentadas en el piso superior al descubierto, se dirigen al antiguo tiovivo del Central Park.
─Mami, mira aquel señor… ─dice la niña apuntándolo con su dedecito.
─¡¡Qué horror!! ─suelta la madre cubriendo rápidamente los ojos de la pequeña.
Rodeado de pasajeros estupefactos, un hombre bajito con gafas de montura redonda, permanece de pie completamente desnudo. Se llama Carlos Torre Repetto.

Autobús circulando por la Quinta Avenida de New York (1911) – Ampliar foto

No sería la última vez que este extraordinario ajedrecista se exhibiera en cueros. Años más tarde, durante un torneo celebrado en Polonia, perdió los estribos y empezó a correr desnudo por todo el recinto, gritando ─¡Fuego!.

Carlos Torre Repetto. A la derecha, enfrentado a Frank Marshall en el torneo de Moscú de 1925.

El Mexicano Carlos Torre aprendió a jugar al ajedrez a los seis años y muy pronto destacó en su país. Jugó varios torneos internacionales y logró estar considerado entre los cinco mejores jugadores del mundo cuando sólo tenía veinte años. Según el propio Torre, nunca dormía más de dos horas por noche. Le encantaban los helados de piña y se comía de diez a quince diarios. A los veintiún años, los problemas psíquicos le obligaron a recluirse en un manicomio durante tres años. Luego se retiró del ajedrez para el resto de su vida.
 Un Astro que se apaga
Interesantísimo artículo sobre Carlos Torre, publicado en La Vanguardia el 21 de agosto de 1931. Escrito por Ramón Rey Ardid, psiquiatra y ajedrecista español que destacó en el campo de la neuropsiquiatría y fue campeón de España de ajedrez desde 1930 hasta 1943. (Resulta como mínimo curioso que “Rey” hable de “Torre” en el contexto del ajedrez).

Veamos una divertida partida de Carlos Torre jugada en 1927. Después de la jugada 7.Te1las blancas logran clavar a la dama negra, pero sorprendentemente, en sólo cuatro jugadas, Carlos Torre consigue succionar al rey blanco al centro del tablero donde es ejecutado.
Catorce años antes del episodio del autobús, el secretario de otro hombre lo sorprende esperando pacientemente una respuesta a través de un audífono invisible. El hombre alberga la ilusión de poder hablar por teléfono sin hilo ni auricular. Suele acercarse a la ventana para hablar y cantar. Luego espera una contestación.
El secretario personal de Wilhelm Steinitz informaría de ello al cónsul norteamericano, quien sugirió que se recluyese a Steinitz en un sanatorio.
El gran ajedrecistra Wilhelm Steinitz estuvo convencido de que podía emitir corrientes eléctricas, con la ayuda de las cuales podría mover las piezas a voluntad. Aseguraba estar en comunicación eléctrica con Dios y que podía vencerle al ajedrez dándole un peón de ventaja. Esto propició que finalmente lo ingresaran durante un tiempo en un manicomio de Moscú. Steinitz fue el primer campeón del mundo oficial. Descubrió muchos de los principios estratégicos en los que se basa el moderno juego posicional.

Wilhelm Steinitz. A la derecha, jugando una partida en el New Orlean Chess Club en 1883

Veamos una histórica partida, “La inmortal de Steinitz”. Después de la magnífica de jugada25.Txh7+!, su oponente Von Bardeleben vio lo que se le venía encima y, en lugar de abandonar, se levantó y se marchó de la sala de juego sin decir palabra. Steinitz, viendo que había desaparecido el rival, anunció los espectadores un mate en diez y rápidamente movió las piezas en una la secuencia que dejó al público atónito.
Cuarenta años antes de que Steinitz empezara sus conversaciones metafísicas con el audífono invisible, un joven estudiante de Nueva Orleans es presa de los efluvios primaverales. Cae locamente enamorado de la hija del hortelano que cuidaba las tierras de su familia. Pero su primo Ernest, dos años mayor que él, había llegado antes y se opone a sus proyectos amorosos. El joven urde un plan. Desafía al primo Ernest a un match de ajedrez a seis partidas cuyas condiciones son: a) Todas las partidas se jugarán con el Gambito Evans (Ver El capitán Evans en un artículo anterior). b) Él dispondrá únicamente de un minuto por cada jugada, mientras que Ernest tendrá todo el tiempo que quiera. Y c) El vencedor tendrá el derecho a los favores de la hija del hortelano, sin que el rival vencido pueda oponerse. Ernest aceptó y fue derrotado por 4 ½ a 1 ½. Pero la muchacha nunca quiso saber nada del joven Morphy, quien acabó profundamente deprimido. ¿Sería el inicio su locura?

Paul Morphy. A la derecha, jugando una partida (que se dejó ganar) con la reina Victoria de Inglaterra en el Palacio de Buckingham en 1859

Paul Morphy fue uno de los mejores ajedrecistas de todos los tiempos. Ya de muy joven sufrió paranoias. Estaba convencido de que diversas personas querían envenenarle y durante mucho tiempo sólo aceptó alimentos si se los daban directamente su madre o su hermana. También pensaba que su hermanó político y otro amigo conspiraban para rasgarle sus elegantes trajes y luego asesinarle. Tenía la costumbre de colocar zapatos de mujer distribuidos cuidadosamente trazando un medio círculo. ─Me gusta mirarlos ─decía cuando le preguntaban la razón.
Morphy no pudo soportar el peso de su fama después de llegar a la cumbre en pocos años. Tras vencer a los mejores de su época en una gira por Europa, regresó a su país y dejó definitivamente de jugar. Terminó odiando el ajedrez. Ni siquiera permitía que se le mencionase nada relacionado. Rechazó todos los premios y reconocimientos que se le ofrecieron por su extraordinaria carrera.
Como ejemplo de las muchas maravillas que produjo el genio Paul Morphy, ver la partida analizada en profundidad en el artículo anterior El juego de la ópera
Ya han pasado veinticuatro años desde que Carlos Torre se exhibiera en pelotas en el piso de arriba del autobús.
─Ven aquí, Ajedrez ─. Curioso nombre, el de su gato preferido. El felino da un salto y se arremolina en su regazo. El hombre, agradecido, lo acaricia dulcemente. Está exhausto. Acaba de ganar una intensa partida a Max Euwe. Como en las anteriores partidas del match, antes de empezar el juego ha dejado a sus dos gatos sobre el tablero, oliendo las piezas. Sabe que esto le ayuda. Al comprensivo Doctor Euwe no le importa. ─No creo que Alekhine hiciera eso intencionadamente con ánimo de molestarme ─diría años más tarde el doctor.

A la izquierda Alekhine y su gato “Ajedrez”. A la derecha, justo el momento del inicio del match contra Capablanca en La Habana, en 1927 donde Alekhine se proclamó campeón del mundo

Alexander Alekhine, fue campeón del mundo desde 1927 a 1935, año en que perdió el título ante Max Euwe. Además de excéntrico, era un alcohólico empedernido. Poco antes del inicio de una de las partidas del match, lo encontraron tendido en un campo cercano completamente ebrio. En otra ocasión, se presentó a dar una exhibición de ajedrez tan borracho que empezó a orinarse en el suelo ante la concurrencia. La exhibición tuvo que anularse debido a la lamentable “exhibición”. En 1937 retó de nuevo a Euwe y le ganó. Fue otra vez campeón del mundo hasta su muerte, en 1946.
Veamos el desarrollo de la sexta partida del match Alekhine-Euwe de 1937.
Hace ahora cuatro años desde que encontraron a Alekhine tirado en el campo durmiendo la mona. Los nazis ya han tomado Polonia y están enviando judíos en masa a los campos de concentración. Esta mañana, un oficial de la Gestapo se ha presentado sin aviso en un sanatorio mental de Varsovia. Le atiende el jefe del servicio de psiquiatría.
─¿Hay judíos en su clínica?
─No… Bueno, sí. Tenemos a un Gran Maestro de ajedrez, pero está completamente loco.
─Quiero entrevistarme con él. Lo comprobaré yo mismo.
El oficial es conducido a la habitación del enfermo, quien se encuentra tendido en la cama.
─¿Es usted Akiba Rubinstein?
─Sí, señor.
─Levántese ahora mismo. ¡Venga conmigo!
─¿Para qué? ─responde el paciente levantándose de la cama.
─¡Para trabajar!
─Ah, a trabajar… ¿A dónde?
─¡Al campo de concentración!
─¡Magnífico! ¡Eso me encanta! ─dice mientras se coloca el sombrero y se pone la chaqueta.
─¡Quédese, quédese aquí!
El oficial da media vuelta y se marcha por donde había venido. El polaco se acaba de librar de ser deportado al campo de exterminio de Auschwitz.
Akiba Rubinstein llegó a ser el jugador más fuerte de su tiempo pero no tuvo la oportunidad de disputar el campeonato del mundo, ya que en aquella época el campeón del mundo era quien fijaba las condiciones para disputar la corona a sus adversarios y a menudo exigía elevadas sumas de dinero, como fue el caso de Lasker, contemporáneo de Rubinstein.

A la izquierda, Rubinstein en el torneo de San Petersburgo de 1914. A la derecha, jugando en una sesión de simultáneas en su madurez.

Rubinstein sufrió diversos trastornos psíquicos: espasmos nerviosos, timidez patológica, antropofobia (miedo a la gente), hidrofobia (miedo al agua) y manías persecutorias. Pasó los últimos treinta años de su vida en una institución mental.
Ello no le impidió jugar en torneos de élite. Durante un tiempo, una ambulancia lo llevaba cada día desde el manicomio donde vivía a la sala donde se celebraba la competición. Después del juego se lo llevaban inmediatamente.
Era extraordinariamente tímido. En los torneos, después de realizar cada jugada, se retiraba discretamente a un lugar alejado de la mesa “para no molestar al rival”.
No viajó a América a jugar los grandes torneos de New York de 1924 y 1927, por el miedo a viajar en barco, y en las escasas ocasiones en que viajó al Reino Unido lo hizo con los ojos tapados para no ver el mar.
 Llamamientos de ayuda a Rubinstein
Periódicos de Europa y EEUU pidieron ayuda económica voluntaria a los ciudadanos destinada a los tratamientos mentales que el gran maestro no podía costearse durante la última etapa de su vida.

Akiba obtuvo muchos premios de belleza y nos dejó maravillosas partidas. Disfrutemos de “La inmortal de Rubenstein” jugada en 1907.
Estamos de nuevo en la época en que el gato Ajedrez olfateaba las piezas.
─Debería usted hacer más ejercicio ─. El hombre de origen letón mira al doctor. Sabe que tiene razón.
Días más tarde empezaría con su nueva rutina. Durante el torneo de ajedrez en que participaba, se empeñó en practicar diversos movimientos gimnásticos. Cuando no le tocaba mover sus piezas, aprovechaba para ir a un rincón de la sala y empezaba con sus estiramientos y genuflexiones. Luego se tumbaba en el suelo boca abajo y se relajaba. Los espectadores no lo podían creer.
Aaron Nimzowitsch, uno de los grandes teóricos del ajedrez del siglo XX, nunca llegó a estar incapacitado por una enfermedad mental, pero sus excentricidades rozaron lo patológico. Tenía curiosas costumbres como la de presentarse a los torneos en pijama.

Aaron Nimzowitch. A la derecha, en una partida con Egil Jacobsen mientras Savielly Tartakower observa.

Se consideró a Nimzowitsch como el tercer mejor jugador del mundo, inmediatamente detrás de sus contemporáneos Alekhine y Capablanca. Nunca jugó con ellos un encuentro por el título.
Nimzowitsch fue un gran teórico que aportó muchas ideas y conceptos al ajedrez. Como ejemplo, ver un fragmento de Mi sistema. Quizás sea el libro de ajedrez más profundo que se haya escrito.
Veamos “La inmortal del zugzwang” jugada en 1923. Se dice que un jugador está en una posición de zugzwang cuando no le queda ningún movimiento útil, y cualquier jugada que realice le es perjudicial. El zugzwang no es sencillo de lograr, ya que supone el grado máximo de supremacía en una posición. Sin duda esta partida de Nimzowitsch se merece el título de inmortal, por el sacrificio de pieza que lleva a la posición final, donde las piezas negras están en perfecta armonía y las piezas negras quedan completamente inmovilizadas.
Estamos ahora a finales de los setenta.
─Él me dio primero.
─Fue sin querer. Luego recibí un puntapié en la espinilla que todavía me duele. Por eso le devolví otra patada.
─Y ayer también me pateaste sin querer, ¿No? Y anteayer.
Aunque parece una discusión entre niños, se trata de dos adultos.
─Señores ─, interviene el árbitro de la FIDE con una expresión entre sorprendido y cabreado ─. Así no vamos a llegar a ninguna parte. Instalaremos hoy mismo una tabla separadora debajo de la mesa para que no puedan darse más patadas en las siguientes partidas, y problema resuelto.

Víktor Korchnói y Anatoly Karpov en una partida del match de 1978. Korchnói ha abierto con 1.d4 y Karpov se lo está pensando. Pronto empezarán las patadas.

Anatoly Kárpov y Víktor Korchnói no estaban locos. Pero la presión a la que fueron sometidos durante el campeonato del mundo de 1978, los llevó a una guerra psicológica llena de extravagancias. Ya en las primeras partidas, Korchnói apareció llevando unas gafas de sol con cristales de espejo. Sabía que a Kárpov le gustaba mirar fijamente a los ojos de sus contrincantes. Kárpov no se quedó corto. Contrató un parapsicólogo con la misión de interferir y confundir telepáticamente los pensamientos del rival. Cuando se pidió al parapsicólogo que se retirase de las primeras filas del público, Kárpov dijo: ─Se irá cuando tú te quites las gafas ─. Más adelante Korchnói se trajo a un par de miembros de una secta hindú para que, a través de la meditación, anularan la influencia del parapsicólogo. También se quejó de que a Kárpov le pasaban mensajes codificados en los yogures que comía durante las partidas. Finalmente, el aspirante perdió y Kárpov siguió ostentando el título de campeón del mundo.
Veamos una de las partidas del campeonato de 1978, con comentarios de Gary Kaspárov.
Septiembre de 2001. De pura casualidad, el personaje se encuentra hoy en la emisora de la Radio Bombo de Manila. La primera de las torres gemelas acaba de derrumbarse hace unos minutos. La radio cubre la noticia y aprovecha para preguntarle su opinión.
─Ya era hora de que le dieran una patada en el culo a los EEUU. Aplaudo esta acción, quiero ver cómo América desaparece del mapa.
Pocos años más tarde, tras su muerte, se encontraría en su casa el borrador de una carta que empezaba así: «Estimado Sr. Osama Bin Laden, permítame que me presente. Soy Bobby Fischer, el campeón mundial de ajedrez. En primer lugar, debe usted saber que comparto su odio a… ».
No sólo odiaba a América. Pese a que su madre era judía, su antisemitismo creciente le llevó a afirmar que los judíos habían inventado el holocausto para hacer dinero.

Bobby Fischer. A la derecha, diversos observadores estiran el cuello para observar al genio de catorce años en el Marshall Chess Club de New York.

Robert James Fischer fue uno de los ajedrecistas más geniales, más carismáticos y más polémicos de la historia. Fue campeón de América a los catorce años. Su gran momento fue el duelo contra el campeón del mundo ruso Boris Spassky : el “Match del siglo”, un enfrentamiento entre el capitalismo y el comunismo en plena guerra fría. El campeonato estuvo plagado de incidencias y de extravagantes exigencias del americano. Incluso tuvo que intervenir el propio Secretario de Estado Henry Kissinger para convencer a Fischer de que no abandonara.
Ya antes de empezar el campeonato hubo muchas complicaciones. Veamos un artículo publicado en La Vanguardia en Julio del 72, donde se trata a Fischer de psicótico desequilibrado y se lo compara con otros ajedrecistas que sufrieron trastornos mentales.
 El Caso Bobby Fischer mantiene en jaque a la afición mundial
(La Vanguardia, 4 de julio de 1972)

Fischer acabaría con el dominio ruso en el tablero desde 1948. Pero tras ganar el título mundial, simplemente desapareció. Tres años más tarde, Kárpov fue declarado campeón del mundo por la incomparecencia de Fischer para defender el título. En su largo ocaso fue creciendo su desequilibrio mental. Su nombre sólo apareció en los medios por diversos escándalos. El hombre que fue un mito llegó a ser perseguido por las autoridades de su propio país. Después de pasar ocho meses en prisión en Japón por viajar con un pasaporte falso, logró asilo en Islandia donde terminó su vida totalmente aislado. Un trágico caso de la historia del ajedrez.
Más allá de su dudosa personalidad, Fischer merece que se lo recuerde por su ajedrez y por lo que hizo por el ajedrez. Su dedicación fue infatigable. Posiciones que durante mucho se habían considerado inferiores, se vieron revitalizadas como consecuencia de su capacidad de observar todo como si fuera nuevo.
Veamos una partida jugada por Fischer a la edad de catorce años, durante el derby neoyorkino entre los clubes “Marshall Chess Club” y el “Manhattan Chess Club” (equipo al que siempre perteneció Bobby).
Bien. Después de esta serie de casos protagonizados por ajedrecistas de primer nivel, uno podría preguntarse: ¿El ajedrez puede llevar a la locura? ¿Es un terreno abonado para el desarrollo de enfermedades mentales? En realidad, estos casos son una minoría en comparación al número de ajedrecistas cuerdos. Digamos que el ajedrez es un juego encerrado en sí mismo, sin conexión con ninguna otra realidad. Un juego solitario cuyo objetivo es destruir al contrario. Personas con obsesiones y tendencias paranoides pueden encontrar en el ajedrez un campo minado. Pero aun así, el ajedrez sería más bien un catalizador, no el origen del problema.
El ajedrez, pues, no significa ninguna amenaza de desarrollo de un desorden psicológico. Más bien al contrario, se ha comprobado que el ajedrez aporta valiosos beneficios a sus practicantes como, por ejemplo, el mejoramiento de la habilidad para planear durante el proceso de toma de decisiones. En la revista Schizophrenia Research, se publicaron los resultados de un estudio que demuestra que jugar ajedrez es una buena terapia para los pacientes con esquizofrenia. Es más, en otro experimento realizado a largo de veintiún años, los científicos concluyeron que la práctica del ajedrez previene contra enfermedades como el Alzheimer y otras formas de demencia. De hecho, no se conocen ajedrecistas que hayan padecido el mal de Alzheimer. (Ver Artículo Ajedrez y Alzheimer de Leontxo García).
Todo es relativo. El escritor británico Gilbert Keith Chesterton, también llamado “el príncipe de la paradoja”, dijo en una ocasión: «La fantasía nunca arrastra a la locura. Lo que arrastra a la locura es precisamente la razón. Los poetas no se vuelven locos. Los ajedrecistas, sí». Curiosamente el propio Chesterton (quien también fue poeta) padecía una dispraxia de desarrollo sin diagnosticar.

Pau Pascual | 10 de julio de 2012

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